martes, 8 de marzo de 2011

Muñequita de Chala

El sol apenas nacía cuando la nena preparaba la pava con el mate cocido, para su padre y sus hermanos. Debían comenzar el duro trabajo en el campo. Campo arrendado, devolviendo los patrones vales y mercadería al fíado en el almacén de Ramos Generales de Pergamino.

El asa de la pava molestaba a sus manos encallecidas a causa de la azada, las cubría con telas para aliviar el dolor, había que seguir trabajando.

No le importaban tanto las heridas de su pequeño cuerpo, como el dolor de haber perdido a su mamita, linda, buenita, siempre con su pañuelo de seda azul sujetando sus cabellos, ese pañuelo que reflejaba el color de sus pensamientos.

Cuando lo miraba, la niña sabía de la alegría o la tristeza de su madre: si el pañuelo brillaba estaba alegre (muy pocas veces), si se opacaba estaba triste (casi siempre), y más, después de las borracheras de su padre y los golpes a sus hermanos.

En la época de cosecha del maíz, con habilidad se había hecho una muñequita de chala, que tenía escondida en su catre. Hablaba con ella que un día se irían con su mamita y sus hermanos, lejos, lejos... a un lugar donde no castigara el frío o tanto calor, comerían cosas ricas y no trabajaría más con la tosca azada ni la pesada maleta de juntar maíz. Entonces la muñequita crecía, y jugaban a la ronda, su mamita las miraba brillante el pañuelo azul y en los ojos le chispeaban lucecitas.

O seguía a la nena a cosechar el lino. Pero se apartaban en los surcos, rezagadas del grupo, y jugaban a juntar puñados de hierba, a tirarlos hacia arriba. Caían, entre las manitos abiertas, como lluvia verde escurriéndose entre los dedos, que se estiraban por alcanzar ese cielo azul como el lino, mientras sus alpargatas cortaban el sembradío saltando entre sus flores.

Iban juntas a la escuela. Pero esa alegría les duró poco, cuando comenzaron a sentirse fascinadas por el trazo del lápiz en el cuaderno, que "la mamá buenita" les ayudaba a comprender, el padre de la nena le dijo: basta de perder el tiempo.

El corazoncito de la nena lloró, desesperanzada, debajo de las mantas del catre, atesoró el cuadernito junto a su muñeca de chala.

Le hablaba , las noches en las que extrañó a su mamá al recordar lo contenta que se sentía cuando ella la arropaba con las mantas dejando un beso en sus cabellos; o curándola, cuando tuvo tos, con unto sin sal tibio, fomentitos calientes...

Oye esta canción de cuna,
que me nace desde el alma
como cantan los zorzales
saltando de rama en rama.
Duérmete mi princesita
Dulce muñeca de chala
que ya llega la mañana.

Su muñequita sonreía y, entonces, la nena volvía, ilusionada, a ver a su madre con el pañuelo azul brillante... a sus hermanos...
Que corrían hacia la estación, subían al tren, se marchaban..., y sobre ese tren llovían flores de lino; muñequitas de chala que los despedían cantando. Ese campo parecía más verde y ese cielo un mar azul, ¡cuánto deseaba conocer el mar!
-¿Ya está el mate cocido?
El grito de su padre la despertó a la realidad.
Presurosa sirvió las tazas y el pan.
- Andá al pueblo a comprar yerba, azúcar y vino.
La nena se alegró, fue a buscarla, a decir a su muñequita que montarían el zaino. ¡Qué feliz hacía a su corazón, cabalgar! Su sangre se alborotaba, su rostro enrojecía y un sentimiento de libertad latía en sus sienes. El caballo obedecía el mando, parecía volar sobre la huella, hacia un destino incierto donde estaba escondida la esperanza. Los sueños, que a medida que pasaron los veranos y los inviernos, se fueron definiendo. Hasta que un día cuando ella ya tenía quince años, y su mamita partió en un sueño, se sintió más sola que nunca.

Consultó a su muñequita de chala y tomó la primera gran decisión de su vida: se marcharía a la Capital, iría a la casa de su hermana mayor. ¿Acaso no me hiciste a mí?, oyó que le dijo su leal amiga, sos buena para coser y bordar..., vos podés hilar tu vida.

Para su padre sería una boca menos. Esa mañana ensilló el zaino por última vez, con una pequeña valija de cartón, poca ropa, el cuadernito y su muñequita de chala, se dirigió con su hermano hasta la estación de ferrocarril; mientras cabalgaba miraba con tristeza a aquel campo que no sabía si volvería a verlo.

La máquina humeante se acercaba, abrazó fuerte a su hermano, había pocas palabras entre ellos pero mucho afecto. Subió al tren, se acomodó y cuando comenzó la marcha, al levantar la ventanilla, vio que la figura de su hermano ya se había desdibujado en el paisaje. Pero en el extremo del andén la imagen de su madre la miraba intensamente, y mientras sonreía, desanudó el pañuelo azul de sus cabellos agitándolo en despedida...

Vertí gotas de nostalgia,
y una parte de pasado
en el vaso del recuerdo,
agité con mucha fuerza
y rodaron por el suelo,
mil palabras que no dije
en un trozo de silencio.

*Autora del cuento: Margarita Acevedo, radica en Los Polvorines. Integrante de SEMA (Sociedad de Escritores de Malvinas Argentinas).

* Autora del poema: Lucy Luz, radica en Los Polvorines. Integrante de SEMA (Sociedad de Escritores de Malvinas Argentinas).

** Cuento publicado en memoria de Elsa Bianchimani, en la antología Artesanos de la Memoria, del Proyecto "Talleres Itinerantes", del Círculo Literario Abierto de Abuelos Bonaerenses Auspiciado por la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación.

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