martes, 3 de marzo de 2009

Amo y temo

Temo… Siempre ese constante temor…
Algo que no debía estar, pero está. Sin materializarse, pero está y pesa.
Es cómo un duendecillo endiablado que ronda y goza.
Cómo gozaría un niño ante una travesura inesperada y divertida.
Travieso, dañino, siempre tenaz y a ratos malvado.
Causando daño y gozando, pero siempre está.
Sólo me abandona cuando el cansancio me abate y cierro bisojos para entregarme plácida al sueño reparador. Pero ese placer me priva de otro mayor, mucho mayor, que es el placer de estar a tu lado.
¡Estar a tu lado!...
Hace rato que aguardo tu llegada.
Espiando temerosa, cómo aquella que no quiere verse sorprendida, en esa actitud.
Aparto levemente la cortina que cubre al ventanal, para tratar de verte llegar entre las sombras de la noche.
Oigo pasos que se acercan en el silencio profundo de las sombras. Alguien viene y mi corazón se acelera. Late alocadamente. Me oculto esperanzada, tratando de serenarlo.
Los pasos se alejan y decepcionada vuelvo a espiar, tratando de hallarte.
Siempre esperando tu llegada. Una y otra vez. Un día, tras de otro. Siempre con la compañía de este temor acuciante…¿Vendrás?... Sí, se que lo harás.
Lo has hecho siempre y tu llegada me recompensa de la angustiosa espera.
¡Sabes!… Cuando te hallas junto a mí, ya no tengo otro pensamiento, ni
me acosa el temor.
Sin embargo el reloj cruel y verdugo, devora incesante, segundos, minutos y horas.
Cruel porque parece alargar el tiempo de la espera y verdugo, porque parece acortar el tiempo de tu permanencia. De pronto te tienes que marchar otra vez.
Me consuelo pensando en que mañana volverás para ser mío, sólo mío, así cómo espero que ha de ser, desde un día y para siempre.
Cuando te marches hoy, luego de haber estado junto a mí, volveré a desesperar por mi mañana.
¿Habrá mañana? Otra vez el temor de perderte. Me angustia esta forzosa separación de cada noche.
Quisiera que la noche fuese interminable y continuar envuelta en este mundo de idilio y de fantasías, aunque los duendes “malos” pretendan torturarme con sus miedos y mi soledad.
Sólo me queda, luego de estar junto a mí, contemplarte marchar y perderte en la noche, con la esperanza dulce, de saber que luego he de verte nuevamente.
¿Celos?...¡Nó!, no siento celos, acaso sea demasiado egoísta, pero cómo no he de serlo si pretendo resguardar a lo que amo tanto.
En esta soledad inevitable, a la que me condena tu partida, llevo siempre en mis recuerdos tus caricias, tu ternura, tu hombría y tu gran amor.
Sólo ansío que cuando vuelva a verte, pueda decirte una y mil veces… ¡Te quiero!… ¡Te quiero!... ¡Te quiero!... Cada noche mucho más.
-------------------------------------- f i n --------------------------------------------------------
De “Secretos de mujer” de H.N.N.
Hilda Noemí Neiman